Por tercera vez, Leo Rodríguez dará el examen final de Análisis de Información de Sistemas. Sabe que si no saca arriba de ocho puntos, deberá recursar esa materia y que si no supera esa calificación, el título de Licenciado en Sistemas quedará más lejos, un cuatrimestre exacto. Hace una semana que Leo no duerme y está tenso. Hace diez minutos que este alumno de la Universidad de Buenos Aires mira la hoja y transpira. Tiene cólicos y un nudo en la garganta. Le falta el aire. Leo es uno de los tantos estudiantes fóbicos a los exámenes, jóvenes de entre 16 y 32 años que padecen el trastorno de ansiedad social de desempeño . Los especialistas consultados por Clarín aseguran que en esta época crecen un 10% las consultas.
Se da igual en hombres y en mujeres. En general, el pánico aparece cuando el examen es oral, pero no se descarta si es escrito. Lo sufren universitarios y también alumnos secundarios, y los síntomas físicos y emocionales son iguales en ambos grupos etarios. Pero existe un estilo de personalidad que tiene cierta predisposición a este tipo de fobia.
Explica el psicólogo Gustavo Bustamente, director general de la Fundación Fobia Club: “Se trata de sujetos perfeccionistas, con altos niveles de autoexigencia, casi sin habilidades sociales para mostrarle al otro, en este caso el profesor, que ellos saben o conocen. Y es habitual que siempre se anticipen negativamente al resultado”. En esta época del año la mayoría de los estudiantes debe preparar materias –los exámenes en los secundarios porteños empiezan la semana próxima– y el Fobia Club registra un aumento de las consultas del 10%.
Según estadísticas oficiales, el 14% de los argentinos sufre algún tipo de fobia social. “La prevalencia del miedo a los exámenes entre los universitarios es del 8%.
Entre los alumnos secundarios y terciarios, del 15% ”, indica Enzo Cascardo, presidente de la Asociación Argentina de Trastorno de Ansiedad y director del Centro de Investigaciones Médicas de la Ansiedad. El caso del alumnado de la Universidad Nacional de Córdoba viene bien para ilustrar esta problemática. Durante el año pasado, hicieron un relevamiento que determinó la necesidad de contratar psicólogos y abrir talleres y programas de contención para los estudiantes . “Es que uno de cada 10 alumnos tiene niveles de ansiedad potencialmente problemáticos con respecto a los exámenes”, dijo a Clarín el psicólogo y docente Luis Furlán, quien dirige el Equipo de Ansiedad en los Exámenes, una prueba piloto lanzada por la UNC para tratar esta problemática.
Para los estudiantes la situación es angustiante: el miedo se presenta antes, durante y después de la prueba. “Primero aparecen las palpitaciones, la diarrea y el insomnio, por ejemplo”, avisa Bustamante. “Y mientras da el examen, son frecuentes las ‘lagunas mentales’, el sudor y el tartamudeo. Sobre todo si está cara a cara con el docente porque está pendiente de los gestos del profesor y preocupado por que no se de cuenta de que está nervioso”, agrega el psicólogo Guillermo Del Valle, coordinador de la Red de Ansiedad. Y no termina ahí. “El post examen consiste en una revaluación del episodio angustiante. El alumno se pregunta si lo hizo mal o se lamenta porque podría haberlo hecho mejor”, apunta Cascardo.
El miedo al examen no es una novedad, pero hoy hay más información y el diagnóstico es más fino. Y también es considerable la realidad de los estudiantes: estresante y con altos niveles de competitividad . “La presión es cada vez más fuerte. Tiene que ver con que agregan más contenidos, con el logro que uno mismo se impone, con la competitividad: saber algo más para superar al que tengo al lado”, explica Ana Rozenbaum, psicóloga especialista en niños y adolescentes, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
La buena noticia es que esta fobia es tratable. “Con terapia y en algunos casos con medicación, es posible superarla. Pero es importante hacer un buen diagnóstico. Ocurre que sufrir miedo a la hora de ponerse a prueba puede ‘disfrazar’ otro tipo de trastorno”, cierra Cascardo.
Consejos
Llegar descansado. Dormir como mínimo ocho horas y ocupar la noche anterior en actividades para dispersarse.
Buscar la manera de relajarse. Los especialistas sugieren que se practique todo el año. Puede ser yoga o técnicas de respiración.
Evitar una actitud negativa. “Me va a ir mal” o “Estudié pero no me quedó nada” son premisas que sobreestiman la posibilidad de que salga mal.
No dejar todo para último momento. Encarar el examen como un proceso: todos los días, leer los apuntes para tener frescos los contenidos.
Darse tiempo para pensar. Si es un oral, detenerse en la pregunta antes de arrancar para organizar el discurso. Si es escrito, leer con detenimiento las preguntas y empezar por las que creemos más fáciles.
Se puede hacer un repaso a último momento. Después, hay que evitar el “pasilleo” con otros estudiantes: confunde y hace perder la confianza.
www.clarin.com 09/12/10