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María Elena y "Toto" volvieron a estudiar de grandes y se recibieron, alentados por sus hijos

Si hay algo que María Elena tiene en claro es que ella siempre quiso estudiar. Cuando era adolescente, rindió dos veces los exámenes para entrar al secundario. Y no lo logró. Entonces, estudió piano, inglés, yoga, mecanografía; se casó, educó tres hijos y dio clases de yoga. Pero el diploma del nivel medio seguía pendiente. Ahora, a los 76 años, lo obtuvo y está feliz.

"Se aprende muchísimo. Estudié lo mismo que ven los chicos del secundario, pero yo lo vi desde otro escalón y tuvo para mí otro sabor", dice María Elena García, uno de los 3000 mayores de 18 años que hicieron el secundario en los doce años que lleva el programa del gobierno porteño Adultos 2000.

Cuando se creó ese programa, en 1998, un empleado municipal, Antonio Arpea, instaló los teléfonos en las oficinas donde funcionaría, y escuchó a los jóvenes del call center explicar la modalidad de estudio (sin obligación de asistir a clases y con consultorías presenciales y telefónicas); se entusiasmó y se anotó, pero no hizo nada más.

"Cuatro años después, volví a anotarme y, entre bochazo y bochazo, lo terminé. Me faltó continuidad; si no, hubiese terminado antes", cuenta Arpea, conocido por todos en su trabajo (la Jefatura de Gobierno porteño) y en su barrio, Pompeya, como "Toto", de 73 años.

LA NACION dialogó con García y Arpea pocas horas después del acto de entrega de los diplomas del nivel medio, que tanto significan para cada uno de ellos y sus familias.

"Yo podía saber todo lo que pasaba en el mundo, leer todos los libros que llegaran a mis manos, pero me faltaba el diploma y me faltaba también probarme a mí mismo si era o no capaz de obtenerlo", explicó Arpea. Y agregó: "Pensé que podía hablar mucho de cualquier tema, pero a la hora de enfrentar una responsabilidad, ¿cómo lo haría?". Cuando por fin se decidió ("Voy a ponerme las pilas y seguir, aunque me bochen treinta veces", se dijo), "Toto" ya había manejado durante seis años una empresa de productos de polietileno con su hermano y con su cuñado, en la que habían tenido a su mando una decena de obreros.

Durante sus estudios, los aplazos no fueron tantos, pero tuvo dificultades, sobre todo con matemáticas. "La dejé para el final y fue la que más me costó. La di mal tres veces, así que fui a las clases de apoyo y, finalmente, la aprobé", admitió, y contó que al resto de las materias las estudió en su casa, solo. Su esposa, con quien lleva cuatro décadas de matrimonio, fue la que más protestaba. Por estudiar, "Toto" dejó de hacer algunas changuitas en horario extralaboral y llenaba la cama de libros y apuntes. "Los que me daban con un caño para que siguiera fueron mis tres hijos", recordó.

También para María Elena, sus tres hijos fueron el principal sostén de sus estudios. "Mi hija veterinaria me ayudó mucho con biología; la otra, que es contadora y vive en España, me mandaba balances y me explicaba por Internet, y mi hijo me explicaba matemáticas, pero era yo la que salía adelante", relató.

Esfuerzos

Para ella, tampoco todos fueron éxitos. Estuvo a punto de abandonar todo cuando tenía cerca de veinte materias aprobadas, estudiando en su casa y yendo a las sedes del programa Adultos 2000 sólo para buscar las guías de estudio y para rendir. Fue cuando en un examen de física se sacó un cuatro.

"Uno cree que puede todo, pero yo no pude. No aprobé física y me puse muy mal. Un empleado de Adultos 2000 me hizo ver en su computadora la lista de materias que ya había dado y el promedio que tenía y me convenció para seguir." Después, los orientadores del programa la invitaron a concurrir a las consultorías y aprobó también física.

El programa Adultos 2000 está destinado a mayores de 18 años que no hayan podido cumplir el nivel medio de enseñanza en los tiempos teóricos de cursado.

Se dicta en 45 instituciones y dos sedes del Ministerio de Educación porteño. Tienen 23.368 alumnos que se inscriben en las materias según la disponibilidad que tienen para el estudio.

Los dos recién egresados, con los que habló LA NACION, coinciden en que la disponibilidad de los docentes y el aliento y el acompañamiento de los empleados del programa fueron fundamentales para su continuidad. "Ojalá los chicos del secundario tengan ayudas de este tipo; muchas veces, les falta acompañamiento porque el padre no les puede dar una mano para nada y los jóvenes necesitan, como nosotros, un profesor que esté constantemente a su lado y los conduzca", aconsejó "Toto".

www.lanacion.com.ar 19/04/11