Imprimir

Señor Sinay: La premura es lo indispensable. La inmediatez apura. "No soporto esperar que algo baje de Internet, quiero apretar un botón y que ya esté", me dice un amigo. ¿Qué quiere bajar? No lo aclara, pero no importa, lo quiere inmediatamente. Como dice la canción de Sumo: "no sé lo que quiero, pero lo quiero ya". Hemos olvidado el significado y la importancia del tiempo de maduración. Y en esta cuestión del apuro, del vaciado de contenidos (como el vaciado del país, de sus empresas, de su tejido social), me pregunto: teniendo en cuenta que todo esto es una gran rueda viciosa, ¿dónde meterle el palo para que pare y así poder arreglarla? ¿Cómo convertirse en ese David que derrotó a Goliat? ¿Cómo transmutarla en una rueda virtuosa?

Juan Matias de la Cámara

Es así. Cuando no se sabe lo que se quiere, se pretende tenerlo ya. Por el contrario, quien sabe a lo que aspira suele conocer también las dificultades que le esperan en el camino, las posibilidades que tiene de alcanzar la meta, los recursos con los que cuenta para la tarea, y también cuáles son sus carencias, la colaboración que necesitará, y dónde pedirla. Quien sabe lo que quiere, para qué lo quiere y cuál es la razón que le da valor y sentido a su deseo, generalmente se siente en paz consigo y con el mundo por el sólo hecho de estar empeñado en la tarea. Piensa, a menudo, que viajar es más importante, más enriquecedor y más nutricio que, simplemente, llegar.

El tiempo de maduración que rescata nuestro amigo Juan Matías es un tiempo en el que aparentemente nada ocurre. La maduración es un proceso interior, silencioso, imposible de apurar. Previo a él hubo una siembra y antes de ella la preparación de la tierra. El sembrador sabía qué quería y estaba dispuesto a esperarlo y a acompañar el proceso con dedicación, con presencia, con paciencia. Había para él un sentido en todo aquello, y ese sentido se ratifica en cada paso del camino.

Hay una relación directa entre urgencia y necesidades insatisfechas. No hablamos aquí de necesidades fisiológicas ni de simples deseos. Las urgencias empiezan a primar cuando se desatienden las necesidades de orden espiritual, emocional, afectivo, existencial. Cuando nuestro mundo vincular es pobre, no por falta de relaciones sino de significado y profundidad en las mismas. Cuando nos embarcamos en carreras cuyo premio no es fundamental para nuestra vida (recompensas económicas, figuraciones, productividad a destajo). Cuando nos preocupamos por satisfacer expectativas ajenas a cambio de que nos "quieran" o "reconozcan". Cuando dejamos de preguntarnos qué queremos o necesitamos y ponemos el acento en lo que debemos o en lo que se nos exige. Cuando confundimos diversión con felicidad y creemos que hay que estar todo el tiempo divertidos, cool, transpirando adrenalina. Aunque lo urgente y lo importante se confundan con frecuencia, casi siempre están en las antípodas el uno del otro. En Primero lo primero, el especialista en relaciones interpersonales Stephen Covey traza con claridad la diferencia entre ambos conceptos. La urgencia está ligada a objetivos, mientras que la importancia se relaciona con valores. Es urgente cumplir lo planificado, encontrar lo que calma mi angustia, alcanzar una meta, cerrar un negocio, completar papeleos, no quedar afuera del conventilleo de las redes sociales, comprar el último modelo de plasma, encontrar pareja, hallar algo para no estar solo el fin de semana y no tener que pensar en mí, en mi vida. Todo eso es urgente. En cambio es importante priorizar mis valores y vivir de acuerdo con ellos, así sea necesario atravesar crisis que los confirmen. Es importante dedicar tiempo a las relaciones que enriquecen mi ser y ensanchan mis recursos emocionales. Es importante darle tiempo a la relación con mis seres queridos.

Hay veces en que lo urgente y lo importante coinciden (enfermedades, crisis). Hay veces en que lo urgente no es importante y otras en que lo importante no es urgente. Poder discernir entre estas opciones requiere poner el freno y hacerse al menos tres preguntas: ¿Qué se supone o espera que yo haga?; ¿qué necesito hacer para estar en paz y en armonía conmigo mismo?; ¿qué estoy haciendo? Cuando las personas realizan los balances de sus vidas difícilmente se arrepienten de no haber hecho más cosas urgentes, pero sí lamentan todo lo importante que dejaron de hacer. Y no hay culpables. Se trató de una elección: pensaron en llegar, antes que en viajar.

Por Sergio Sinay

www.lanacion.com.ar 17/04/11