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Señor Sinay: ¿es posible construir una vida según las expectativas que los otros tienen sobre nosotros en detrimento de los sueños propios? Una persona es el orgullo de la familia, se recibe de abogado y se convierte en un profesional de éxito al mismo tiempo que conoce a una buena mujer, se casa y tiene dos hermosos hijos. Pero con poco más de 40 años, en vez de estar feliz y realizado, dice sentirse vacío y arrepentido de haber hecho siempre lo correcto en lugar de lo que realmente quería. ¿No es una falta de fidelidad a sí mismo respetar los deseos de nuestros padres si no coinciden con los propios? ¿No existe una importante cuota de responsabilidad cuando se decide actuar en contra de los deseos de nuestro corazón?

Claudia Pisoni

La vida comprende una sucesión de tensiones. Ellas se dan entre lo deseado y lo posible, entre la libertad y el obstáculo, entre derechos y deberes, entre los que nos proponemos y lo que logramos, entre nuestro deseo y la necesidad del otro. Y se podrían enumerar tantas más. Esas tensiones no son una anomalía. Ayudan a que desarrollemos nuestros recursos y potencialidades, contribuyen a que cada quien vaya esculpiendo su propia e intransferible singularidad. La dramaturga rusa Sofia Prokoffieva (autora de Sin testigos, obra que exhibe el descarnado enfrentamiento a solas de un hombre y una mujer que alguna vez se amaron, y que el director Nikita Mijalkov llevó al cine), escribió esta reflexión: "Todo ser humano tiene en su interior, en su alma, un sonido bajito, su nota, que es la singularidad de su ser, su esencia. Si el sonido de sus actos no coincide con esa nota, la persona no puede ser feliz". Es la definición de lo que ocurre cuando la vida de una persona, aunque satisfaga a otros y le reporte supuestos reconocimientos, se aparta de su cauce esencial.

Ese cauce no está señalizado desde el comienzo del camino. La gran tarea existencial es buscarlo. No hay que inventarlo ni construirlo. Existe. Y la tarea de dar con él no puede ser transferida, no hay manera de que otro sepa qué es lo que nuestra alma pide, cuál es el íntimo sonido con el que tenemos que afinar. De la misma manera, el éxito de una vida puede estar calibrado según parámetros exteriores, sociales, familiares, puede estar fijado por la cultura de la fama, del poder, del tener. En esos casos la etiqueta del éxito se pone desde afuera y ser exitoso en esos términos se transforma en una precaria manera de existir. Ese tipo de éxito es como una escenografía, puede deslumbrar y simular la existencia de un paisaje, pero es de cartón piedra, frágil, vacío, expuesto a una temprana desaparición o remplazo. Pero el éxito también puede medirse desde adentro, a partir de una serena contemplación de la propia vida, tomando en cuenta las respuestas a algunas preguntas cruciales, como éstas: ¿se expresan mis potencialidades en aquello que hago? ¿Me convertí en lo que hago, o hago lo que soy? ¿Vivo de acuerdo con mis valores, los convierto en actos concretos o los negocio para ser aceptado, para no perder relaciones, posiciones, reconocimientos? ¿Tengo conciencia de que cada una de mis acciones tiene una consecuencia y me hago responsable de ese efecto, sin buscar culpables? ¿He llegado a darme cuenta de que la gran mayoría de las cosas que me pasan no me ocurren por algo sino para algo?

La negación de estos interrogantes existenciales, la postergación de sus respuestas, acarrea costos emocionales que tarde o temprano se instalan en nuestro horizonte. Las preguntas que, por su parte, plantea nuestra amiga Claudia incluyen la respuesta en su propia formulación. La pedagoga y filósofa española María Angeles Noblejas apunta en Palabras para una vida con sentido que el homo sapiens puede articularse en homo faber (el que hace y produce), homo amans (el que siente y ama) y homo patiens (que encuentra aún en sus padecimientos el sentido de su vida). "El éxito del homo faber puede ser un fracaso en el sentimiento del homo patiens", dice Noblejas. Y muestra cómo lo que en nuestras sociedades es éxito (según arraigados mandatos que incluso las familias transmiten), en el corazón de un alto porcentaje de personas se siente como angustia existencial y desesperación. Se trata de salir de uno mismo para humanizar el mundo, para trascender en sentimientos y valores, y no simplemente mostrar lo bueno, eficiente, exitoso y productivo que uno es. La nota con la cual afinar no es la del ego, sino la del ser. Y el tiempo de empezar es aquel en que el alma lo pide.

Por Sergio Sinay

www.lanacion.com.ar 03/04/11