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Con una denominación tan amplia y genérica como la de los Trastornos Generalizados del Desarrollo se agrupa una serie de cuadros que suelen ser asociados con el autismo.

Ello conduce a incluir dentro de esta patología a niños con un grado variable de dificultades de comunicación, de interrelación social, de restricción de actividades. Estos cuadros también se caracterizan por la presencia habitual de esteriotipias motoras y verbales, por dificultades en el juego representacional junto a diversas manifestaciones de conducta y cognitivas. Todos estos casos se desarrollan en épocas tempranas de la vida.

Ya desde las primeras descripciones del trastorno autista, hechas en 1943 casi simultáneamente por L. Kanner, en EE.UU., y H. Asperger, en Austria,con desconocimiento recíproco de sus investigaciones, nace una polémica en la adjudicación causal de los síntomas de esta patología tan compleja.

Así, en posiciones contrapuestas, se desarrolla por un lado una concepción psicodinámica del cuadro y por el otro una interpretación neurobiológica. En el primer caso, las causas deben buscarse en una falla de la constitución psíquica del niño, probablemente debida a alteraciones tempranas del vínculo madre-hijo. Por el contrario, para la psiquiatría y la neurología existe una alteración anatomofuncional de algún sistema neuronal de probable origen genético.

Estas concepciones, cuando son adoptadas en forma irreductible por los profesionales de los distintos campos, determinan abordajes terapéuticos opuestos; psicoanálisis por un lado, medicación y tratamientos conductistas-educativos por otro. En uno y otro caso, el objetivo es acceder al mundo íntimo de los niños afectados.

Entrado el siglo XXI, se hace cada vez más evidente la existencia de un componente biológico en el autismo. La posibilidad que éste sea de origen genético se va incrementando a partir de alteraciones génicas en algunos niños afectados. Pero esta base genética parece ser una condición necesaria, pero no suficiente.

Existen, también, factores ambientales que conducen a pacientes con la misma alteración genética (por ejemplo, síndrome de Down, fragilidad del cromosoma X, y otras) por desarrollar en algunos casos un Trastorno Generalizado del Desarrollo y en otros casos no.

Frente a esta discusión estéril, a la que los padres asisten desorientados, el desarrollo de las neurociencias básicas va generando un paradigma superador. Este nuevo enfoque demuestra que las grandes líneas de la constitución del sistema nervioso responden a un programa genético, pero sólo como una plantilla sobre la que se inscriben todas las experiencias vitales del feto y el niño. Todo eso conduce finalmente a definir un cerebro individual y único, responsable de todas las funciones neurológicas (lenguaje, motricidad, etc.), pero también de nuestra subjetividad.

Bajo este nuevo paradigma superador basado en la interrelación y en la influencia bidireccional del cerebro y la mente, un abordaje adecuado del trastorno autista implica poner en juego todos los recursos terapéuticos de forma coordinada.

Un equipo interdisciplinario en donde convivan neuropediatras, psicólogos, músicoterapeutas, terapeutas del movimiento, especialistas en lenguaje, etcétera, debe analizar cada caso individual para seleccionar aquellas terapias apropiadas para ese niño.

Asimismo, el tratamiento será más eficaz si hay un diálogo continuo con la escuela, la familia y el equipo terapéutico.

Dadas las dificultades de comunicación de los niños autistas, aquellas terapias que generen intercambios no lingüísticos y que apunten al trabajo corporal jugarán un rol significativo; la función de los danzaterapeutas, músicoterapeutas y psicomotricistas se vuelve indispensable en algunos abordajes individuales.

El desafío no es sencillo. Develar el enigma que encierra esa soledad que tanto nos conmueve, pero cada pequeño avance en la evolución del niño, una mirada que se encuentra, una sonrisa, una palabra, son la energía que nos alienta a seguir en el camino.

Por Jaime Tallis y Alicia Leonard

Jaime Tallis es neuropediatra y coordinador del Grupo de Aprendizaje y Desarrollo del Hospital Durand. Alicia Leonard es danzaterapeuta graduada en la Universidad de Baltimore, Estados Unidos

www.lanacion.com.ar 09/01/03