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Se puede es el mensaje de los que tienen la oportunidad de vivir cerca de una persona con síndrome de Down, que por su alegría, su fuerza, sus valores y sus logros puede ser feliz y hacer feliz a su entorno.

“No se pierdan esta experiencia maravillosa”, dice Graciela Cupitó, de 35 años, fonoaudióloga y directora de Futuro Abierto, equipo de atención a niños y jóvenes con necesidades educativas especiales.

Cada vez hay más actividades y oportunidades que permiten una mejor integración de estos chicos en los distintos rubros: estimulación temprana, fonoaudiología, psicopedagogía, motricidad, teatro, danza, maestras integradoras y deportes.

Un ejemplo esperanzador es el del grupo de deportistas que se destaca por sus éxitos en fútbol, tenis, running, paddle, básquet y hockey que se reúne en el predio deportivo del Servicio Nacional de Rehabilitación.

En este lugar, la Fundación Cecilia Baccigalupo trabaja para que las personas con discapacidad mejoren su calidad de vida mediante el deporte.

Allí asiste Pedro Molina, de 22 años. Es una apasionado maratonista, futbolista y, sobre todo, filósofo y vocero del grupo, posición que, según él cuenta, conquistó por ganarle al paddle a Cecilia Baccigalupo, presidenta de la Fundación y campeona mundial de este deporte. “En el paddle y en el tenis no me gana nadie”, se ríe, irónicamente, Pedro.

“Me gusta el fútbol más que todo”, dice Nico Focaraccio, de 18 años, fanático futbolista que, desde la niñez, no pierde un domingo sin ir a la cancha de Boca.

Martina, con físico de deportista y ojos vivísimos, tiene un carácter entusiasta. “Disfruta de todo, es fanática de la vida”, cuenta Fabiana, su mamá.

Las energías y los logros de estos chicos regalan emociones a quienes viven alrededor de ellos. “Lo que te enseñan los chicos especiales en su integración en el deporte es lo máximo de la alegría. Esperan el día para juntarse. Juegan por el hecho de jugar, no por la competencia –dice Cecilia Baccigalupo–. Mezclar eventos deportivos con eventos convencionales es la verdadera integración. En estos deportes, la red no divide, la red suma. Suma familias, amigos, grandes deportistas, y sobre todo, suma alegría. La magia es que la alegría la tienen los otros también”, agrega Baccigalupo.

Integración positiva

Una integración positiva es la de Felicitas Bollini, una chiquita rubia de 9 años, la última de cuatro hermanos que la adoran, y que lleva una vida activa e integrada.

Claudia, su mamá, forma parte de un grupo de familias llamado Down is Up, una red de padres de chicos con síndrome de Down, donde intercambian información y apoyo en las distintas etapas que viven sus hijos. Cuando nace un bebe el grupo se acerca a las familias e informa sobre “todas las ventajas que tiene esta experiencia”, explica Claudia.

Con el mismo propósito, trabaja el grupo de padres Papás Escucha, de la Asociación Síndrome de Down de la República Argentina (Asdra), que a través de profesionales de los equipos de salud intercambian conocimientos actualizados sobre esta enfermedad y la mejor manera para transmitir la noticia a los papás.

Felicitas frecuenta el colegio La Unidad , de San Isidro, donde está acompañada por una maestra integradora en una clase de 25 chicos. Allí tiene muchos amigos, va a las fiestas de cumpleaños y, en algunos casos, también se queda a dormir en sus casas. “Como la miramos nosotros como padres, así la va a mirar la sociedad. A veces nos olvidamos de su síndrome”, dice Claudia, que siempre recuerda la frase de un médico cuando nació Felicitas: “Tiene los mismos derechos y obligaciones de sus hermanos”.

La pasión de Felicitas es la comedia musical, que practica en la escuela Musical Moments, donde, en el ensayo final, “bailó igual que los demás”, añade Claudia, que sólo se queja de la dificultad de encontrar colegios que integren a estos chicos.

“Al vivir con un hermano o un hijo con capacidades especiales, la palabra discapacidad desaparece para dar lugar a una persona con otras capacidades. Cada paso es más intenso y profundo, desde jugar, acompañarlo el primer día de clase, hasta verlo cómo compra solo en el kiosco”, expresa Claudia.

Una experiencia parecida es la de Angie Pearson, de 7 años, que empezó primer grado en un colegio privado, con una maestra integradora. Fanática de High School Musical, Angie adora cantar y disfrazarse. “Adora el jazz. Se siente una diva, baila y canta todo el día”, cuenta Romina, su mamá, que este año la anotará en clases de natación e inglés.

“Sus compañeros la quieren y la buscan”, dice Romina, que está convencida de que tener una persona con discapacidad en la clase mejora los valores de todos.

Cupitó trabaja hace 12 años en integración y sostiene que los colegios están integrando más porque se han dado cuenta de que tener un chico con discapacidad en la clase no baja la exigencia de los otros, sino que genera muchísimos valores. “Se aprende a compartir. Se desarrolla la amistad, el compañerismo, el respecto hacia el otro. Es maravilloso ver lo que se genera en el grupo. Los compañeros participan en todos los logros y se alegran. Por ser tan transparentes, los chicos especiales generan un ambiente agradable, y lo transmiten”, comenta la experta.

También los docentes se enriquecen con esta relación especial. “Si todos tuviésemos la oportunidad de compartir esta experiencia, seríamos una sociedad más integrada”, dice la fonoaudióloga.

Ganar el propio pan

Al mejorar la integración escolar, también se produce una mejor integración laboral.

Ocuparse de los que se acercan al mundo del trabajo es otra tarea del equipo Futuro Abierto. Hay un grupo que se llama “de habilidades” del cual participan jóvenes de 18 años o más. Ahí realizan diferentes actividades que les permiten aprender procesos de la vida real y a ser independientes. Este año armarán un programa de radio en San Isidro FM. “Se leen los diarios, se eligen las noticias y se pasan los datos a la computadora”, explica Cupitó. También se arma una revista llamada Entre amigos, un verdadero trabajo de redacción, con búsqueda de recursos para alimentarlo.

“Vamos a lugares donde aprenden cómo comportarse y protegerse: en colectivo, a la farmacia, al súper, a comer, para que se adapten socialmente”, concluye Cupitó.

Aunque la integración laboral haya progresado mucho, todavía hay obstáculos.

“En el pasado costaba más. Ahora tienen más herramientas. Con mucha voluntad y una buena actitud hacia los demás, pueden aspirar a buenas oportunidades. Los trabajos rutinarios, concretos y sencillos son los mejores, según su discapacidad. Se destacan en el trabajo manual, pero también en el uso de la computadora”, dice Marina Batro, de 42 años, psicóloga, experta en integración laboral desde hace 20 años.

La integración depende de la empresa y el lugar. “En las empresas familiares es más fácil integrarlos. Están más contenidos porque conocen a la gente”, comenta Batro.

“Al ser personas alegres, no agresivas y honestas, crean un ambiente placentero y solidario. En el grupo de trabajo son un beneficio para todos”, agrega la experta.

La Asdra también insiste en que los niños con este síndrome pueden desarrollar su potencial de aprendizaje y seguir los mismos pasos que el resto, aunque más lentamente, si es que “poseen una familia sólida que les brinda amor y pertenencia, y profesionales que los apoyan”.

Juan José Leonardi, gerente de la Embotelladora del Plata en San Miguel, provincia de Buenos Aires, donde todo el personal de producción tiene discapacidad, piensa que las personas con síndrome de Down son las más fáciles de integrar porque, en general, saben leer y escribir.

“No faltaba nunca”

Blanquita, que trabajó en la embotelladora seis años, empezó cuando tenía 38 años. “Envejecía muy rápido, pero era excelente. Lavaba y llenaba botellas. Además, no faltaba nunca al trabajo”, dice Leonardi.

“Lo importante para llegar al éxito es la ayuda de la sociedad y el apoyo de la familia”, destaca Leonardi. Según él, los talleres privados no favorecen la autonomía, y por eso hay que integrarlos en trabajos comunes, donde las familias no deberían sobreprotegerlos. “Integrarlos es una obligación social”, concluye Leonardi.

Y si el mensaje es que “se puede”, el caso de Inés lo confirma una vez más. Inés practicó danzaterapia durante 12 años en la escuela de María Fux, donde ahora encontró también un trabajo. “Quiero trabajar acá en el estudio como profesora para los chiquitos especiales”, dijo Inés a Fux al principio de este año, y su profesora, que integra a chicos especiales con danzaterapia desde hace 50 años, ya la contrató como ayudante. “Se puede”, vuelve a insistir Fux.

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www.lanacion.com.ar 15/03/08