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Después de 12 años de trabajo en la Unidad de Neurobiología Aplicada del CEMIC, bajo la dirección del reconocido neurólogo Jorge Colombo, Sebastián Lipina es un experto en los efectos de la pobreza sobre el desarrollo infantil. En diálogo con PERFIL, habló de su nuevo libro y de los aportes de la neurociencia para mejorar el desempeño cognitivo de chicos en riesgo social.

Por qué es importante incluir el tema en las currículas escolares.

Es psicólogo, pero no de esos que se dedican a escuchar los problemas de la gente en un consultorio. Sebastián Lipina trabaja en la Unidad de Neurobiología Aplicada del CEMIC, donde utilizan las herramientas de la neurociencia para estudiar y evaluar el impacto de la pobreza a nivel cognitivo, y ver de qué manera se puede revertir. Después de todo, sabe que la pobreza es una de las tres causas que más afectan el desarrollo infantil en el mundo, detrás del sida y las guerras.

-¿Los efectos de la desnutrición o ciertas carencias en los primeros años son irreversibles?

-Los primeros años son importantísimos, aunque no deberían ser el único foco de atención de las políticas y programas de intervención. Si se interviene sólo hasta los dos años con un criterio únicamente nutricional, se va a estar interrumpiendo la posibilidad de estimular o enriquecer otros aspectos de muchos chicos que no necesariamente han tenido desnutrición: un niño de un hogar pobre, no sólo tiene carencias nutricionales; hay cuestiones afectivas, de educación y de estimulación, que involucran a padres y maestros en particular, y a la comunidad en general.

-¿Cómo contribuye la neurociencia para mejorar el desarrollo cognitivo?

-Una contribución muy importante es el concepto de plasticidad, que implica que el cerebro se organiza y reorganiza durante todo el desarrollo. Por un lado, esto significa que no es posible pensar en efectos definitivos por vivir en condiciones de pobreza (por supuesto, con la excepción de aquellos casos expuestos a deprivaciones materiales y afectivas extremas). Por otra parte, también significa que hay oportunidades para intervenir modificando las condiciones de desarrollo a través de educación y entrenamiento.

-¿En qué sentido?

-La neurociencia además permite analizar a través de diferentes técnicas cómo surgen durante los primeros años diferentes operaciones mentales básicas, que son los componentes más elementales de la conducta inteligente; cómo son afectados por diferentes factores sociales y ambientales; y diseñar estrategias de educación y entrenamiento específicamente orientadas a este tipo de procesamientos básicos.

-¿Qué significa prevención en este terreno?

-Además de tecnología y metodología, la neurociencia aporta la posibilidad de generar programas de educación y estimulación cognitiva basados en la identificación de perfiles poblaciones específicos: chicos que están en riesgo por alguna razón como la pobreza, por ejemplo. De las experiencias con este tipo de abordaje se han observado mejoras cognitivas y a nivel del aprendizaje escolar. Por otra parte, experiencias de nuestro equipo permiten concluir que es posible incluir este tipo de módulos de intervención en programas y políticas públicas orientadas a chicos en riesgo social, lo cual implica una de las formas más genuinas de prevención.

-¿No es utópico en la Argentina pensar algo así?

-Muchos pensaban que era utópica la ley de discapacidad que rige desde hace dos años y que ha generado posibilidad de subsidios para chicos con capacidades especiales. Por otra parte, no me asustan las utopías porque son motores y si uno pone el límite a donde quiere llegar sin cierto nivel de romanticismo corre el riesgo de no intentar transformar la realidad. Sin embargo, a pesar de algunas excepciones, está claro que a nivel del diseño conceptual y de la aplicación de las políticas públicas en las diferentes áreas que involucran a los chicos, falta una visión integrada de lo que es el desarrollo infantil y sus problemas.

www.intramed.net 5/03/07