Imprimir

Por Claudia Romero. Universidad Di Tella

Cualquiera que se asome durante esta semana por la ventana de una escuela secundaria argentina comprobará rápidamente que la “nueva secundaria” no existe.

Los rituales más antiguos y resistentes del folclore escolar están vigentes y recuerdan que la escuela secundaria arcaica y excluyente goza de perfecta salud. Los jóvenes, sus familias, los docentes y también la industria creciente del profesor particular, se mueven por estos días alrededor de la institución del examen. Miles y miles de chicos se agolpan para rendir una o varias materias. Miles no aprobarán y deberán rendir en febrero/marzo, aprendiendo fuera de la escuela lo que no aprendieron adentro. Miles reprobarán otra vez y repetirán; miles entonces abandonarán la escuela: seguramente serán los más pobres.

En Argentina sólo el 43% de los alumnos que comienza la secundaria la termina. Los que son evaluados en el último año de la secundaria constituyen entonces una elite: la mayoría quedó afuera de una escuela que no puede ser más vieja. La experiencia en los secundarios por estos días, durante la maldita temporada de exámenes, se abisma en sus oscuridades y muestra, condensados, sus sinsentidos más profundos.
Mejorar realmente la calidad de los sistemas educativos es mejorar la experiencia de aprendizaje de los estudiantes, de todos los estudiantes. La evidencia internacional muestra que los sistemas educativos que mejoran hacen tres tipos de cosas: cambian su estructura, cambian sus recursos y sobre todo cambian sus procesos, modificando el currículo y mejorando la forma en que los profesores enseñan y los directores dirigen. Poco hemos avanzado en esto aún.

 

 

 

www.clarin.com 13/12/11