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Los padres llegan a la consulta muchas veces diciendo que su hijo "es un vago", la mayoría de las veces porque no estudia, otras porque no quiere hacer deporte. Trabajamos juntos para ver qué puede haber por debajo de esa actitud, ya que mi experiencia clínica me dice que "vago" no es un rasgo de personalidad sino una de las defensas que los chicos usan para protegerse ante alguna dificultad que no pueden, no se animan, o no creen tener los recursos necesarios para abordar.

En el consultorio no he visto chicos vagos, sino que no tenían confianza en su capacidad para emprender algo, o de aprender lo que se les enseñaba, o que no tenían esperanza de lograrlo; otros que (por diferentes motivos) carecían de iniciativa, de motivación o de interés; otros tenían dificultades de aprendizaje que no habían sido detectadas o no estaban siendo bien abordadas.

Vi algunos que no se animaban a hablar de sus verdaderos intereses, otros enojados que no querían hacer lo que los adultos les pedían, chicos tristes que no tenían ánimo para concentrarse en lo académico, otros que no tenían sus necesidades básicas satisfechas y no podían entonces interesarse ni concentrarse en aprender, tanto físicas (alimentación, higiene, sueño, etcétera) como emocionales (confianza en los vínculos primarios, amigos, maestros con adecuada disponibilidad, etcétera), chicos que tenían miedo a equivocarse, algunos que no confiaban que de su cabeza pudiera salir algo bueno, otros que no tenían suficiente fortaleza interna y no toleraban frustraciones, esperas o esfuerzos, indispensables para un buen desempeño en cualquier área. Y enumero apenas algunas situaciones que recuerdo de mi época de terapeuta de niños y que sigo encontrando al trabajar con padres.

Algunos chicos se entusiasman más que otros por el aprendizaje escolar o la actividad física, probablemente porque en los comienzos se sintieron hábiles y capaces y descubrieron, solos o de la mano de un hermano o un adulto, lo fascinantes que podían ser la escritura, la lectura, la resolución de problemas, la historia o la biología, la pelota, o la bicicleta.

Nuestra tarea es estar atentos para ver las primeras señales de desánimo, sostener sus esfuerzos, despertar o alimentar en ellos ese deseo de saber, descubrir, aprender una amplia variedad de temas mientras son chicos, temas que quizás descartarían si no estuviéramos cerca y apoyándolos. Propongo a los padres que hagan de "yo auxiliares" que sostengan la tarea (cualquiera sea) hasta que el hijo tenga cierta dosis de confianza, y cada uno de nuestros hijos nos necesitará para temas diferentes.

Las actitudes que a simple vista parecen de vagos como "no tengo ganas", "me da fiaca," "no quiero", "no me interesa" muchas veces son fruto de miedos en general o más específicamente al fracaso? En cuanto entendemos este concepto podremos darles una mano para que recuperen la esperanza y la confianza. Pero cuando pasa mucho tiempo y se instala no es tan fácil erradicar esa actitud defensiva de vagancia o desinterés que se presenta de diversas maneras.

Con nuestro respaldo se acostumbran a esforzarse, a seguir intentando, a no rendirse y también a las tareas terminadas, a la conciencia tranquila, a sentirse cómodos durante la clase o el entrenamiento, en lugar de habituarse a los "incompletos", a esconderse detrás del compañero de adelante para que la maestra no les pregunte nada, o a no prestar atención porque igual no entienden.

Así nuestros hijos no van a sentir que la vida les queda grande ni se van a disfrazar de vagos para esquivar el dolor. Ni van a decir como el zorro de la fábula que no logra alcanzar las uvas "no las quiero, están verdes".

Por Maritchu Seitún

La autora es psicóloga y psicoterapeuta

www.lanacion.com.ar 14/03/15