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 La mejor forma de encontrar nuestro estilo de crianza y paternidad implica apartarnos de los extremos, sin hacer lo mismo que hicieron nuestros padres, pero tampoco exactamente lo contrario, buscando nuestro camino personal que inevitablemente incluirá algo de ambas puntas y se integrará con nuestras experiencias personales y las de otras personas; lo haremos en conversaciones en la pareja, con familiares y amigos, y con lecturas. A eso se suma -de forma más o menos consciente- la influencia de los medios de comunicación a través de películas y series, publicidades, etcétera, hasta lograr ese modo único y original de cada uno. Y pese a nuestros mejores deseos de ser padres excelentes, nuestros propios hijos harán lo mismo cuando crezcan, porque no existe una paternidad perfecta, sino sólo muchos y variados intentos de hacer lo mejor posible.

Para poder hacerlo tendremos inevitablemente que revaluar nuestra infancia y la relación con nuestros padres en aquella época. A veces cuesta hacerlo ¡porque duele! Podríamos creer que nuestro padres fueron maravillosos negando los aspectos dolorosos, como creer que hicieron todo mal, con mucho enojo nuestro y negación de los aspectos placenteros (que seguramente hubo). En el primer caso vamos a querer ser iguales a ellos, y en el segundo intentar ser o hacer todo lo contrario.

La desconfianza que despertamos los psicólogos en algunas personas se relaciona con el hecho de que los pacientes abandonan el consultorio cuando vislumbran que pueden tener que revisar esa relación con sus padres y no se animan, o les parece desleal intentarlo; o se van apenas "descubren" (equivocadamente) que la culpa de todo la tenían sus padres, sin llegar hasta el final del proceso que incluye duelo y aceptación de esos padres, quienes seguramente hicieron lo mejor que pudieron en su momento histórico, contexto y familia de origen. También tendremos que conciliar nuestros deseos e intenciones con los de nuestro cónyuge, que viene con su propia historia y modelo de crianza. Si no estamos atentos podemos gastar interminables cantidades de energía en luchas de poder y "cinchadas" desgastantes en ese intento. Estas empiezan cuando creemos que nuestra forma es la única, o la mejor, de hacer las cosas y que el otro está equivocado. Podemos salir de esas batallas cuando comprendemos que el otro no está necesariamente equivocado, sino que está viendo otro aspecto, enfatizando una parte que nosotros no habíamos tenido en cuenta, que no se nos ocurrió o que no conocimos. Puede ser muy enriquecedor ese encuentro de modalidades diferentes siempre y cuando salgamos del forcejeo y logremos una buena integración.

Veámoslo en un ejemplo: una pareja discute porque al papá le cuesta decir que no a lo que le piden sus hijos, él viene de una infancia con carencias de todo tipo y quiere ofrecer a su hijos algo diferente porque lo pasó mal. La mamá en cambio prefiere que los chicos se esfuercen para lograr lo que quieren, porque así fue criada y quiere repetir ese modelo que le resultó bueno. Si entran en cinchada ese papá va a parecerse cada día más a Papá Noel, con mucho enojo de su mujer, y ella cada vez va a enfatizar más las restricciones para compensar a su marido, quien a su vez va a ofrecer más regalos para compensarla a ella? Inagotable, cansador, desgastante y además aumenta la distancia entre ambos padres.

Cuando en cambio logran entender que cada uno está viendo una parte de la realidad pueden entonces buscar una buena síntesis que integre lo que les interesa a ambos: que los hijos tengan lo que necesitan y les hace bien. Al alcanzar esa síntesis, los padres se sienten más cerca entre ellos en lugar de alejarse en los inevitables forcejeos de la cinchada.

Maritchu Seitún

La autora es psicóloga y psicoterapeuta

www.lanacion.com.ar  19/11/16