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Pocas vivencias generan tantas ilusiones como la maternidad. Y pocas imponen tanta distancia entre los ideales y los límites diarios. Relatos de mujeres que, a puro amor, atravesaron esa dicotomía en las distintas etapas vitales de sus hijos y la mirada orientadora de los especialistas

La maternidad es, sin dudas, un hecho que marca en la vida de la mujer un antes y un después. Esa bisagra establece el punto de partida de un viaje que se recorrerá para siempre y que se presenta de distintas maneras, a veces con paisajes soñados y otras con terrenos escarpados y sinuosos.

Pero ¿qué les pasa a las mujeres con las fantasías que fueron armando, algunas ya desde que eran niñas y jugaban a las muñecas, una vez que la aventura se pone en marcha y, con ella, todos los desafíos y vicisitudes que se imponen durante el crecimiento de un hijo?

El nacimiento

"Mi primer hijo nació a los siete meses y medio de gestación. Si bien el parto fue normal, después resultó un poco angustiante porque se tuvo que quedar internado cuando a mí me dieron el alta, y la primera leche fue con una jeringa que le dio el papá a través de una sonda. Eso no coincidió con lo que uno tiene como idea de ponerse el bebe al pecho y que sea más natural." Carola González, analista en ecología y empleada de un restaurante, recuerda así el nacimiento de Matías hace ocho años y agrega: "Si bien ese momento fue difícil, a veces está bueno recibir las situaciones como vienen porque aferrarse a los ideales te hace estar menos flexible para vivir el momento con capacidad de resolución".

La psicóloga Graciela Alves de Lima, que junto con la terapeuta corporal Norma Grispi coordina talleres de reflexión y movimiento para embarazo y posparto, explica que cuando las fantasías se alejan de la realidad se trata de "hacer el duelo de lo que no es, reconocer lo que es y vivir ese vínculo, de la mejor manera posible". En este sentido, Grispi sostiene que "se trata de aprender a vivir con las frustraciones. Lo mismo que les enseñamos a nuestros hijos cuando les decimos que hay ciertas cosas que no pueden hacer".

"Cuando esperaba a Gabriel había fantaseado con tener un parto normal. Finalmente, fue una cesárea porque el trabajo de parto no evolucionaba y ya me había lastimado el útero. Entonces, los médicos dijeron: «Hasta acá llegamos». Esto no fue frustrante para mí porque pensé que era más importante la salud del bebe y la mía. En definitiva, el recuerdo que tengo de los dos nacimientos es hermoso", afirma Claudia Tuinyla, mamá de un varón de 4 años y de Victoria, de 5 meses.

Alves de Lima afirma que "una vez que la mujer sabe lo que quiere, también es importante que tenga la flexibilidad de poder aceptar lo que se puede". Y agrega: "Si es posible un parto por vía baja, maravilloso, pero si eso no sucede, es importante que la mujer sienta que parió igual y que no es menos madre". Por su parte, Grispi sintetiza: "No se debe perder el foco; la mujer va a tener un hijo, no un parto". Pero, ¿cuál es el detonante que despierta en la mujer el deseo de ser madre? "Me parece que hay mujeres que buscan un hijo porque realmente lo desean, y mujeres que tienen cierta presión social para ser madre", sigue la psicóloga. Para Grispi, la naturaleza no se queda al margen de esta cuestión: "Creo que hay algo muy interno, muy femenino y muy hormonal en el deseo de la maternidad; algo que tiene que ver con la naturaleza y la preservación".

"Desde que tengo uso de razón supe que quería ser madre. En mi familia había profesionales, pero yo lo que quería para mi vida era ser mamá. A los 17 años tuve un accidente y cuando desperté le pregunté a mi mamá si iba a poder tener hijos. Cuando nació Diana fue hermoso", cuenta Alcira Dávolos, quien a los 60 años ve su sueño cumplido con un familión formado por tres hijos y el octavo nieto en camino. Sin embargo, recuerda algunos momentos de angustia. "Mis hijos más grandes se llevan poca diferencia de edad, y los dos primeros años fueron duros porque yo hacía todo sola. Mi familia estaba lejos y mi marido trabajaba mucho."

En este punto, Alves de Lima observa que lo más complicado para la mamá es que el bebe la lleva a postergar necesidades básicas como lo son dormir, comer, bañarse, hablar con un adulto. Esa situación, sostenida por algún tiempo y estando sola, es dura de transitar. "La llegada de un hijo implica mucha exigencia para los padres. Que haya alguna instancia y otros brazos que permitan compartir y delegar alivia un montón".

Entre las primerizas, la idealización es mayor porque desconocen la demanda que implica tener un bebe. "Las mujeres deben entender que no son malas por sentirse cansadas y que cuando una está agotada o se siente perdida debe pedir ayuda. Entender que en algunos momentos es mejor para el bebe que la madre tome un poco de aire porque es como reciclarse y volver con ganas". Para la psicóloga, el equilibrio de cuándo estar y cuándo tomar distancia tiene que ser flexible. Y agrega: "Es interesante ver cómo se entraman el bienestar de la mamá y el del bebe, y no hacer una militancia fundamentalista tanto de cortes como de sostenes exagerados".

Melina García Dávolos, hija de Alcira y mamá de Ona, de 3 años, confiesa que hasta ahora, para ella, la realidad superó las fantasías, quizá porque contó con esa red de sostén tan necesaria. "Cuando yo me despertaba a la noche para darle el pecho a Ona, mi marido se levantaba conmigo. El le cambiaba los pañales, estaba atento a todo, y me acompañó mucho. Si bien con mi pareja no habíamos planificado tener un hijo en ese momento, la maternidad cambió mi vida. Porque tenés otras responsabilidades y prioridades, pero todo más lindo. Espero que con el segundo, que está en camino, sea igual", dice. Hasta hace unos años, los hombres tenían una actitud más pasiva en cuanto a la crianza de los hijos, pero hoy los roles no están tan diferenciados. "El hecho de criar un ser es una experiencia muy fuerte, tanto para un hombre como para una mujer. Los hombres que logran esa conexión tienen un vínculo muy cercano con los hijos", argumenta Alves de Lima.

Luego del parto, además del encuentro con el hijo, la mamá se encuentra con un cuerpo que no es el mismo que tenía antes del embarazo. El reto será no caer en las exigencias estéticas que impone el mercado actual y no pretender borrar de un plumazo las huellas de haber albergado durante nueve meses un bebe. "Desde nuestro trabajo intentamos que las mujeres puedan parar con la vorágine y conectarse con su cuerpo, pero no desde lo superficial, sino abriendo espacios para la reflexión", sostiene Grispi.

Durante los primeros meses del posparto, los especialistas sostienen que no es prudente obligarse a perder peso. Desaconsejan las dietas y los trabajos de entrenamiento físico muy estrictos, porque durante la lactancia se necesitan nutrientes que garanticen la calidad de la leche. "Hay que entender que lo que durante nueve meses se estiró va a tardar ese tiempo o más en volver; no hay que forzar situaciones y dejar que la naturaleza haga su trabajo", enfatiza Claudia Tuinyla.

Vida de estudiantes

Para la psicóloga Patricia Alkolombre, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y autora del libro Deseo de hijo. Pasión de hijo. Esterilidad y técnicas reproductivas a la luz del psicoanálisis, la madre es la principal proveedora del sostén afectivo en los primeros tiempos. "Todas las madres han sido hijas y son portadoras de distintos modelos de maternidad, que vienen heredados a su vez de generaciones de mujeres que las preceden con sus marcas y sus bordes. Lo más importante es, tal vez, que cada mujer pueda tener la capacidad de preguntarse y cuestionarse frente a las dificultades de crianza que presenta cada hijo y poder ejercer el rol maternal del mejor modo posible", explica Alkolombre.

Rosa Laudi, médica patóloga de 58 años y mamá de Agustín, un adolescente de 19, confiesa que los desafíos que se le han presentado como madre en la crianza de su hijo resultaron más complejos que los que tuvo que enfrentar con el desarrollo de su especialidad. "He sufrido terriblemente la escolaridad de Agustín. Lo que más me costó fue adaptarme a un chico que ya desde el preescolar se rebeló frente a los límites esquemáticos de la escuela, que de última son los de la vida. Además, vengo de una familia donde todos son docentes, y siempre estuvo muy marcado en mí que la educación es la mejor herencia que uno le puede dejar a un hijo." A propósito, habría que tener en cuenta que aceptar las diferencias es uno de los desafíos más difíciles de esta relación. En este sentido, Laudi concluye: "Lo que más me costó, pero también lo que más me gratifica de ser madre, es ver crecer a mi hijo con cosas muy distintas de mí".

Asimismo, Carola González recuerda el inicio de esta etapa: "Si bien la escuela que habíamos elegido nos gustaba y nos daba confianza, cuando Matías empezó el jardín tuve los temores de los primeros días... que si lloraba yo no iba a estar al lado... pero fueron también momentos de alegría porque veía que de alguna manera mi hijo estaba empezando a despegar, a volar un poquito".

Y un día... se van de casa

"A medida que los hijos crecen, el apego tan fuerte que existió durante los primeros años tiene que ir dejando paso a una autonomía progresiva. Esto está relacionado con una aceptación de los hijos como sujetos con vida propia, que se va adquiriendo con el paulatino y muchas veces complejo proceso de crecer", analiza Alkolombre.

Maia Braguinsky, que a los 34 años reparte su tiempo entre la profesión de pediatra y los hijos, Leopoldo y Franca, de 4 y 2 años, se angustia al pensar que un día ellos se irán de casa. Es entonces cuando escucha las palabras tranquilizadoras de Luisa, su abuela materna, quien le asegura que cuando llegue ese momento lo vivirá con felicidad porque habrá crecido ella también como madre. A los 84 años, Luisa Schiumerini asegura que sólo le quedan lindos recuerdos: "Agradezco a la vida, que fue tan generosa conmigo y que me dio la hermosa familia que tengo, con tres hijos, siete nietos y cuatro bisnietos". En esta etapa, a las mujeres se les plantea un nuevo escenario que les permite retomar o iniciar proyectos postergados, y también reorganizar la vida de pareja. "Cuando mis hijos mayores se fueron de casa, al principio extrañé esa cotidianidad, pero pronto entendí que ellos crecen y tienen que hacer su vida. No los podés atar a la pollera", cuenta, entre risas, Luisa Fiorito, quien a los 63 años, y luego de haberse jubilado como bióloga, descansa de las maratónicas jornadas que tenía entre la crianza de sus cuatro hijos y la profesión. Ahora disfruta tanto de su pasión por la pintura como de largos paseos y charlas con su marido.

"El ser madre se construye desde siempre, porque no es lo mismo ser madre de un bebe que serlo de un adolescente o de un hijo mayor. Hay que ser flexibles e ir buscando la manera de cuidar y acompañar la vida del hijo, dándole la posibilidad de volar, aunque se aleje de nuestra área de cobertura", retoma Alves de Lima.

Alcira Dávolos sintió que la distancia se hacía evidente cuando sus dos hijos mayores se fueron a trabajar, uno a Panamá y el otro a Santa Rosa: "Fue desgarrador, porque no sólo era estar lejos de mis hijos, sino también de mis nietos. Por suerte, todos volvieron", expresa.

Ser abuela

"La abuelidad es una etapa vital distinta, que permite tener una nueva mirada de la vida. Allí se ponen de manifiesto sentimientos ambivalentes: por un lado, plantea el enfrentamiento con el paso del tiempo y, por otro, las nuevas oportunidades que tienen que ver con el rol de las abuelas y la trasmisión de vivencias", explica Alkolombre.

"A decir verdad, no estaba en mis planes ser abuela a los 46 años. Cuando supe que iba a tener un nieto tuve dos sentimientos encontrados: por un lado, me puse contenta y, por otro, pensaba en la responsabilidad que iba a tener mi hija a partir de ese momento", cuenta Luisa Fiorito.

Es que, de alguna manera, cuando los hijos se van de casa y tienen sus propios hijos, también son partos donde la mujer va pariendo un hijo diferente y una madre diferente.

Si hay un denominador común entre las mujeres que atraviesan la maternidad sería el de definirla como una experiencia única, incomparable con cualquier otra, que genera amor e incondicionalidad más allá de las diferencias o las distancias. También acuerdan en que exige un aprendizaje cotidiano y una búsqueda personal. Se trata de entender que cada mamá es distinta y que cada hijo también lo es, y de desmitificar las fórmulas que plantean recetas mágicas acerca de "cómo ser una madre ideal". Porque queda claro que madre no hay una sola.

CAMBIA, TODO CAMBIA

En el imaginario social, ser madre era importantísimo; si no, no se era mujer. Entre la Primera y la Segunda guerras mundiales esta situación comenzó a cambiar. Las mujeres se cortaron el pelo, acortaron también las polleras y dejaron de usar corsé. Freud descubrió que ellas tenían alma, que tenían deseos de todo tipo, y entonces la mujer comenzó a desear "ser".

Hasta ese momento, el ser madre era prácticamente una obligación: algo que la mujer le debía al señor, que "le había hecho el favor" de casarse con ella. Después de la Segunda Guerra , con el déficit de hombres, las mujeres fueron a trabajar a las fábricas, y algunos países les otorgaron el derecho del voto. Más tarde, con el descubrimiento de la píldora anticonceptiva, la libertad fue mayor aún. La mujer pudo elegir cuántos hijos tener, e incluso si tenerlos o no. En nuestro país, las clases más bajas no accedieron a esto por falta de educación, situación que todavía sufren muchas adolescentes embarazadas.

Raquel Rascovsky es médica psicoanalista. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina e Internacional

www.lanacion.com.ar 17/10/10