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En el difícil arte de poner límites a los niños, el exceso de severidad no es la mejor opción

Adiós a la madre tigre, ahora se impone el enfoque gentil. Se llama "terapia de interacción entre padres e hijos" pero, más simplemente, es la tendencia, propugnada por una parte de los psicólogos infantiles, de abandonar los castigos (al menos los muy drásticos) y privilegiar los elogios y los abrazos. En la práctica, el imperativo para los padres es: no fijar los malos comportamientos de los niños, sino valorizar los buenos.

En los Estados Unidos el debate lo ha abierto el Wall Street Journal.

"Comiencen a elogiar a sus hijos y, en consecuencia, aumentará la frecuencia de las buenas conductas", expresó al diario estadounidense Timothy Verduin, docente de Psiquiatría de la infancia y de la adolescencia de la Universidad de Nueva York. Los elogios, advierten Verduin y otros expertos, deben ser acompañados de abrazos o manifestaciones físicas de afecto para establecer -y consolidar- los vínculos entre padres e hijos. Las técnicas de relación "interactiva" son usadas a menudo con los niños difíciles, pero la filosofía de base que las guía puede adaptarse también a los otros chicos. Y, cuanto antes se comience, mejor.

BASTA DE VIOLENCIAS

"El castigo vuelve agresivos a los niños", dicen los psicólogos americanos, citando las estadísticas que ponen en correlación las zurras recibidas en la infancia con los comportamientos violentos y conflictivos en la edad adulta. Pero los mismos médicos rechazan el enfoque dialéctico: razonar juntos, sobre todo cuando se trata de niños muy pequeños, no sirve (del mismo modo que, de grandes, no sirven las advertencias "razonables" como las que aparecen en los paquetes de cigarrillos).La fórmula perfecta estaría en el elogio: a los padres se les pide identificar los comportamientos positivos que quieren obtener de sus hijos y, cuando los ven actuar de ese modo, dar a los pequeños una respuesta positiva.

Donde no hay acuerdo general es sobre la demonización a priori del castigo. El psicoterapeuta Gustavo Pietropolli Charmet explica: "Ante todo hay que comprender cuál es la comunicación implícita contenida en la transgresión de la regla: en la violación de un pacto siempre en el niño hay una esperanza de poder superarse, de crecer. Si comprendemos este deseo suyo y lo ayudamos a realizarlo, no repetirá el comportamiento incorrecto".

UN TRABAJO DIARIO

Pero, ¿cómo se hace? La sanción no debe mortificar, sino ayudar a crecer. Por ejemplo, si la transgresión está en no apreciar la comida, se puede hacer que el niño participe de un curso de cocina, para desarrollar una competencia ligada al comportamiento requerido. "El castigo -continúa Charmet- es un momento educativo muy alto: el niño que transgrede no espera sufrir un dolor físico o moral como consecuencia de su acción, sino que quiere ver cuál será la reacción de los adultos a su violación de los límites fijados". Esta es la razón por la que el "buen" castigo, concluye el psicoterapeuta, "requiere tiempo y astucia". Y no debe consistir en una golpiza "o negarle al hijo el dinero, las salidas o el uso de la computadora". Sí al castigo entonces, pero con inteligencia.

¿Y la autoestima? Según la psicoterapeuta Federica Mormando, no bastan los elogios para que el padre transmita al hijo una idea positiva, sino que sirve una acción integral. En cuanto a los retos, es necesario ir a las raíces del problema. "No es cuestión de juicios positivos o negativos de los padres a los hijos -señala Mormando-, sino de educación: hay que educar a los niños enseñándoles pocas cosas, pero claras e inexorables. Y defenderlas con autoridad: si el padre no tiene autoridad, castigue o no, es poco lo que se puede hacer".

Por Giulio Ziino  | Corriere della Sera

www.lanacion.com.ar  27/01/13