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Los adultos proyectamos grandes expectativas sobre el futuro de los niños. Nos importan básicamente dos áreas: que sean felices y que tengan éxito. Sobre la felicidad –al ser una idea tan difusa– preferimos confiar en que simplemente sucederá. En lo concerniente al éxito, suponemos que va asociado al liderazgo y que habrá que enseñarles algo concreto al respecto. Sin embargo, el verdadero líder es aquel que despliega su fuego interior a favor de un objetivo. Es alguien que confía en su propia intuición y que es compasivo con los demás, al punto de saber cómo extraer de cada individuo las virtudes ocultas. Ese nivel de seguridad, visión, plenitud y alegría no se enseña, sino que se experimenta en el devenir cotidiano. ¿Cómo? Sintiéndonos amados cuando fuimos niños.

Sabiéndonos valiosos a ojos de nuestros padres por ser quienes somos. La seguridad y la confianza básicas se adquieren –o no– durante la primera infancia, en la medida que obtengamos un alto nivel de presencia, disponibilidad, amparo, atención, comprensión, cuidados y palabras prodigadas por adultos maduros y altruistas. Si obtenemos cada día aquello que necesitamos y si nuestros padres permanecen cerca de nuestro universo emocional –traduciendo la complejidad de las experiencias vitales– sencillamente creceremos seguros y sabremos que nadie puede quitarnos nada. El hecho de sentirnos amados nadie nos lo podrá robar. Por eso al llegar a adultos, nos convertiremos espontáneamente en líderes, teniendo todo para derramar en el prójimo: objetividad, creatividad, fuerza, voluntad, energía y eficacia. Y algo más: seremos capaces de pensar más en el otro que en nosotros mismos, porque sabremos fehacientemente que no necesitaremos nada. Comprenderemos el punto de vista del otro. Honraremos las diferencias porque no precisaremos defender ni nuestras ideas ni nuestras certezas. Si pretendemos que nuestros hijos se conviertan en líderes, ahora es el momento para amarlos, acariciarlos, dedicarles tiempo, escucha e interés genuino. La ternura y el amor los convertirá en individuos conectados con su propio destino.

Por Laura Gutman

*Escritora y terapeuta familiar

www.clarin.com  11/02/13