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Nuevos miedos de los chicos (¡y de los padres!) en tiempos de aluvión informativo

Hace unos meses, escribí sobre el reto de ser padres en este mundo atravesado por la tecnología. Ahora quiero volver sobre ese tema, pero con la pregunta contraria: ¿Cuán grande es el desafío de ser hijo hoy?

Un amigo me comentaba que su nene de 5 años atravesó un período de miedos. No quería quedarse ni un instante solo en un ambiente de la casa y estaba mucho más apegado a sus padres que lo habitual. Él le preguntó qué cosas le daban miedo. En mi infancia la respuesta podría haber sido el "hombre de la bolsa" o el "cuco". El chico respondió que tenía miedo "a los monstruos, a los atentados y a la gripe A". En ese momento conversamos con mi amigo sobre lo sorprendente de que a una edad tan temprana fueran esas sus preocupaciones y la charla derivó hacia el impacto que tiene sobre nuestros hijos la manera en que los estamos criando.

Yo pertenezco a la generación que de niños iba en el auto sin cinturón ni sillita (¡a veces durmiendo en la luneta trasera!). La que jugaba a la pelota en la vereda, iba a piletas que no tenían reja, salía a balcones sin malla de alambre y coexistía con toda clase de muebles y objetos con bordes puntiagudos y cortantes. Hasta usábamos como juguete una aberración como el Cine Graf, que tenía una bombita de luz con una cubierta de metal y alcanzaba temperaturas capaces de derretir el dedo de quien lo tocara. Los accidentes existían: casi todos arrastramos alguna cicatriz en la ceja o en la pera, pero logramos llegar a la edad adulta.

Sin embargo, la mayoría somos muy diferentes como padres y vivimos en un permanente intento de proteger a nuestros hijos de cuanto riesgo potencial (real o imaginario) aparezca. Algunas precauciones son obviamente necesarias. No se trata de reivindicar como fórmula el descuido de antaño. Por caso, no tiene sentido llevarlos en un auto sin cinturón de seguridad y sin una silla especial que los proteja en caso de un choque. El riesgo de un accidente de tránsito es claro y sus consecuencias potencialmente tremendas. Pero otros cuidados son injustificados o, al menos, desproporcionados al riesgo que intentan mitigar.

A nuestros mensajes, explícitos o implícitos, se agrega otro factor que también resulta central: la sobre-estimulación informativa que los chicos reciben de los medios. No creo que hubiera chance alguna de que a los 6 años yo le temiera a una epidemia o a un atentado. Hoy en día los chicos reciben de la tele, la radio e internet, un bombardeo de noticias atemorizantes del que es difícil aislarlos.

En alguna oportunidad escribí sobre el efecto de ruptura de los lazos sociales que provoca entre los adultos vivir atemorizados, desconfiando de los demás, y de cómo el aluvión informativo amplifica desproporcionadamente nuestra sensación de peligro. Vivir con miedo hace estragos en nuestras cabezas. Y ese temor se traslada con claridad a la forma en que criamos a nuestros chicos. Cada riesgo que suprimimos protege, pero a la vez elimina la necesidad de usar la palabra para enseñar lo que se debe o no hacer, y transmite un estridente mensaje silencioso e inespecífico. ¡Cuidado con el mundo: es un lugar peligroso que puede hacerte daño!

En conclusión, la pregunta es: ¿qué efecto tendrá sobre el futuro de nuestros hijos el exceso de protección y el clima de riesgo inminente en el que los criamos? ¿qué daño es mayor: abrirse alguna vez una ceja con la esquina de una mesa o crecer aprendiendo que el mundo es un lugar a temer?

Santiago Bilinkis

www.lanacion.com.ar  09/08/16