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Lógicas y fundadas expectativas están latentes en todo el país luego del cambio gubernamental, y el área educativa no es ajena a estas perspectivas renovadoras. Pero ante todo se precisa clarificar las fallas que acusa el sistema, una selección racional de los puntos críticos por superar y la propuesta de soluciones coherentes e integradas entre una tradición que dio prestigio a la escuela argentina y un presente insatisfactorio en cuestiones centrales como la deserción y la calidad de los aprendizajes en la escuela media.

Por lo pronto, resulta alentador el hecho de que tanto Mauricio Macri al asumir la presidencia de la Nación como María Eugenia Vidal al hacer lo propio con la gobernación bonaerense y Horacio Rodríguez Larreta con la jefatura del gobierno de la ciudad se refirieron a la educación. Así, el flamante presidente se comprometió a liderar "una revolución en la educación pública" para que esté acorde "con las realidades del siglo XXI" y a darle "mayor prestigio y valor a la vocación docente". Rodríguez Larreta afirmó: "Vamos a seguir apostando a una educación pública de calidad, que les dé las herramientas necesarias a los chicos para enfrentar los desafíos del futuro". En el mismo sentido se pronunció Vidal, quien además convocó a dialogar a toda la comunidad educativa.

Si el interés se concentra en el nivel secundario, dos cuestiones preocupan: el descenso en la calidad de los aprendizajes y la deserción escolar. En lo que concierne al primero, basta considerar el rendimiento mediocre de nuestros alumnos de la escuela media en las pruebas de evaluación PISA y ONE. Respecto del segundo problema, la deserción se manifiesta severamente entre el principio y el fin del nivel medio, ya que la matriculación desciende un 52%.

A esto se suma otro factor de relieve señalado acertadamente por Alieto Guadagni en el curso de un reciente reportaje: la desigualdad de egresos que se observa entre las escuelas oficiales y privadas. En los establecimientos públicos la graduación sólo alcanza al 30%; en las privadas, al 70%.

En relación con estas realidades hay mucho por hacer, que requiere prontas decisiones. No son problemas de rápida solución, pero sí de progresiva implementación, vinculados con el espíritu y la letra de las normas existentes. Si la ley nacional de educación establece la obligatoriedad del cumplimiento de la enseñanza secundaria, esa norma debe cumplirse. Hasta mediados del siglo pasado la obligatoriedad del primario era controlada por una dependencia del entonces Consejo Nacional de Educación, que se hacía presente en los domicilios de los alumnos que abandonaban la escuela a fin de recordar a los padres el deber de la escolaridad. Ahora, en el nivel medio, hace falta que alumnos y familias comprendan el deber de cumplir con la obligatoriedad de la ley.

En suma, de cara a los nuevos tiempos políticos, será vital afirmar una actitud innovadora que se traduzca en propuestas bien elaboradas y en hechos de concreta y eficiente realización.

www.lanacion.com.ar  13/12/15