Imprimir

Restituir la autoridad del adulto es una tarea que tenemos pendiente. En el ámbito educativo, ese trabajo implica trasmitir a los jóvenes, que los límites no son arbitrarios sino que están fundados en el cuidado y el respeto por los derechos humanos.

Todos aquellos que alguna vez trabajamos con alumnos sabemos que si en el aula no hay acuerdos que se respeten, es muy difícil poder enseñar. Y si los docentes no pueden enseñar, no hay escuela. La educación es fundamentalmente transmisión, y esta sólo es posible si hay asimetría en el vinculo docente-alumno. En otros tiempos esta asimetría estaba dada de antemano: ser docente o padre implicaba respeto de parte del niño o el joven. Restituir la autoridad del adulto es una tarea que como sociedad tenemos pendiente.

En la escuela, esta tarea implica trasmitir en acto a los jóvenes, que los límites sostenidos por el adulto no son arbitrarios sino que están fundados en el cuidado, instituidos por la comunidad educativa, y enmarcados en los principios constitucionales y los derechos humanos.

La primera transmisión pedagógica  que los alumnos deben recibir desde la escuela, es que hay legalidades que regulan la convivencia . Transgredirlas implica un riesgo para sí y para terceros. Los chicos deben tener claro que la trasgresión de las reglas  y de las leyes tiene consecuencias.  

Por esto sostenemos que las sanciones  no sólo no están mal sino que en muchos casos son necesarias; porque abren la posibilidad de que el joven comprenda que en la escuela como en la vida no se puede hacer cualquier cosa, porque se vive en sociedad y esto implica reglas que hay que respetar.

Los nombres que puedan adoptar las sanciones en la escuela son variados, pero no es un problema cómo se las denomine. Lo que si importa, es que el límite que el adulto le ponga al chico sea educativo .

¿Cuando una sanción es educativa? En primer lugar, cuando el límite no es un fin en si mismo, sino que está dentro de un proceso de aprendizaje, cuando percibe que la trasgresión que se le marca y por la cual se lo sanciona no es el resultado del capricho del docente, sino que es producto del consenso de todos.

En segundo lugar, cuando previamente a la sanción, se les da la palabra a los involucrados y se los escucha. Recordemos que, de acuerdo a la Convención por los Derechos del Niño, los chicos tienen derecho a ser escuchados cada vez que se toman decisiones que lo afectan directamente, y tienen el derecho de poder decir lo que piensan.

Esto implica también el derecho a la legítima defensa. Por último, una sanción es educativa cuando no implica en ningún caso la expulsión del alumno del sistema educativo .

Frente a un hecho grave, es posible pensar en un cambio de escuela, pero nunca en la expulsión. La educación es un derecho, y es una obligación del Estado garantizarlo. Tampoco olvidemos que en nuestro país la educación secundaria es obligatoria .

La responsabilidad de imponer límites que nos toca en tanto adultos, no suele ser un trabajo agradable, pero sí necesario para que las nuevas generaciones aprendan que no es posible actuar teniendo en cuenta sólo el interés individual, ya que también entra en juego el interés de la comunidad en la cual vivimos.

Generalmente es más cómodo ubicarse como par del joven. Pero sólo cediendo algo de esta posición podemos alojar a un chico. Hay chicos porque hay adultos.  Los adultos necesitamos ser honestos con nosotros mismos y tener en cuenta que  los chicos perciben y modifican sus actitudes cuando el límite que viene de parte nuestro es  para cuidarlos y no para descargar nuestra impotencia. No olvidemos que la arbitrariedad desespera a grandes y chicos, en cambio las legalidades tranquilizan.

Por:  Mara Brawer

Fuente: COORDINADORA DE PROGRAMAS CONSTRUCCION DE CIUDADANIA EN LAS ESCUELAS (MINISTERIO DE EDUCACION)

www.clarin.com 17/04/08