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Berta Braslavsky es una de nuestras especialistas en el tema de la lectoescritura inicial. En uno de sus últimos libros, "La escuela puede" (Aique, 1992), formula algunas observaciones importantes sobre el tema de la formación docente.

"En los profesorados actuales -señala- la lectoescritura ocupa una unidad entre las seis de la enseñanza de la lengua, y los mismos profesores, generalmente egresados de literatura, de los institutos del profesorado o de la Universidad, declaran que sólo excepcionalmente algunos de ellos saben cómo desarrollar esta unidad". Y agrega: "Los profesores del nivel primario se gradúan sin conocer los fundamentos de la alfabetización inicial y con escasa o ninguna práctica de la enseñanza".

La observación parece muy seria. Estaríamos en una situación de deterioro tan grande en la formación de nuestros docentes de nivel primario como para suponerloss incapaces en algo tan básico como la enseñanza de las primeras letras. Lo que dice Braslavsky es correcto, pero eso no impide que este antiguo y permanente tema siga estando en el conocimiento y el interés profundo de los maestros.

Para probarlo se puede señalar la medida en que los libros dirigidos a los docentes, tanto los de Berta Braslavsky como los de otras autoras, se publican y se venden en nuestro medio. Y también recordar que una nueva querella de los métodos, en la cual se enfrentan esta autora con las seguidoras de Emilia Ferreiro, se ha instalado en los ambientes pedagógicos.

En 1960 la polémica estaba planteada entre las metodologías de tipo global y las que se basan en el análisis y la síntesis, como en el clásico método de la palabra generadora, con el cual aprendieron millones de chicos, en la Argentina y en todo el mundo hispanoparlante.

El método de la palabra generadora resistió a las metodologías globales, que acabaron por desaparecer, dejando algo de su paso por las aulas, como el aprendizaje global de los nombres propios de los chicos. En la década del 70 hicieron su aparición las corrientes psicogenéticas, basadas en las investigaciones de Jean Piaget y de las cuales Ferreiro es su representante más notoria.

Un circuito paralelo

Los maestros argentinos se forman en este tema -aunque los institutos docentes no los hayan preparado- leyendo libros, asistiendo a cursos o adquiriendo experiencia en el aula, mediante el contacto con otros maestros. El panorama se ha ampliado con la incorporación de un número importante de egresados de las carreras de psicopedagogía y de ciencias de la educación, que han inclinado sus preferencias por alguna de las propuestas en pugna.

Un aspecto lamentable es la escasez de respuestas de nuestros poderes públicos. En otros lugares de América se le concede al tema un papel preponderante y se destinan fondos significativos para financiar las investigaciones. Entre nosotros se da importancia mayor a pruebas de lectura masivas e imprecisas, por ejemplo, que informan bastante poco acerca de las reales comprensiones lectoras de los chicos y suelen confundir a quienes no son docentes o especialistas.

El libro de Berta Braslavsky, antes citado, condensa los resultados de una experiencia realizada en nuestra ciudad, en 17 establecimientos primarios oficiales, a buena parte de los cuales concurrían chicos de barrios marginales.

"La escuela puede" alude a la idea de lograr, como dice la autora, "una distribución igualitaria de la alfabetización, a pesar de la heterogeneidad real en el punto de partida". Esas experiencias contaron con un apoyo oficial mínimo, después reducido, como el pago de horas extra a los maestros o especialistas participantes.

Los libros dedicados a este tema están ilustrados con reproducciones de escrituras hechas por los chicos. Esos testimonios dan lugar a múltiples análisis, cada vez más refinados, con claras connotaciones científicas. Lo que pasa en un chico que aprende está demostrando ser una cuestión de excepcional complejidad.

Frente a estos movimientos aparecen no sólo la quietud o el escaso interés de los poderes educativos sino su reiterada adhesión al discurso pedagógico farragoso, que a veces atrae a los docentes, pero que no fascina más a los que ya han aprendido a valorar otras cosas.

www.lanacion.com.ar 15/01/97