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"...No me gustaría dejar la sensación de que la escritura es algo mágico o místico, no lo es. Es un oficio, sólo que se ejerce sobre una materia muy escurridiza, las palabras, que ofrecen resistencia y que, como contienen en ellas toda la cultura, conducen a sitios insospechados; esa cuota de exploración y riesgo asocia la escritura con el juego infantil, con sus gozos y sus sombras. El que escribe, como el niño que juega, busca. Busca construirse. Ensaya formas de dominio sobre el universo de las palabras, que le ofrece resistencia, del mismo modo en que el niño que juega ensaya sus dominios, construye lo propio y trata de domesticar al mundo. Se goza cuando se encuentra, aunque lo que se encuentre no sean a veces más que otros caminos para seguir buscando. Para el escritor su escritura, como para el niño su juego, son cosas perfectamente serias.

Jugar. Escribir. Y leer.
Leer es, en un sentido amplio, develar un secreto. El secreto puede estar cifrado en imágenes, en palabras, en trozos privilegiados de ese continuum que llamamos "realidad". Se lee cuando se develan los signos, los símbolos, los indicios. Cuando se alcanza el sentido, que no está hecho sólo de la suma de los significados de los signos sino que los engloba y los trasciende. El que lee llega al secreto cuando el texto le dice. Y el texto, si le dice, entonces lo modifica. El lector entra en relación con el texto. Es él el que le hace decir al texto, y el texto le dice a él, exclusivamente. Lector y texto se construyen uno al otro.
Jugar, escribir y leer tienen, parece, algunas cosas en común..."

Graciela Montes. El placer de leer: otra vuelta de tuerca En:" La frontera indómita"