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A partir del llanto, que es un grito, comienza el lenguaje, y “el juego vocal permite construir la identidad lingüística”, según explican los autores de esta nota. Claro que ese juego está bajo el peso “del lenguaje que se habla en torno del niño”, y los sonidos que en ese entorno materno estén ausentes quedarán, muy pronto, fuera de juego.

Por Victor Feld, Carmen Schleh, Maria Clavier de Arce y Debora Wainschenker *

Desde principios de esta década se intentó comprender el fenómeno de la aparición del lenguaje en el niño. Los fundamentos de tal actividad se han sustentado en diversas teorías.

a) Teoría universal: el bebé nace con capacidad para articular todos los sonidos del habla humana, por lo tanto, se pierden aquellos que no tienen lugar en el ambiente lingüístico. Esta teoría se apoya en los fundamentos definidos por Roman Jakobson en 1941.

b) Teoría del aprendizaje articulatorio: según ella, el bebé nace sin ninguna capacidad articulatoria. Sus primeros sonidos se constituyen por lo que oye en el ambiente. Se sustenta en diversos autores de la escuela behaviorista –como Skinner y Winitz– que entienden el lenguaje infantil como resultado de lo que el niño oye en el ambiente que lo rodea, en especial a partir de la relación con su madre, quien le habla cuando lo alimenta y refuerza sus vocalizaciones, determinando un reforzamiento de los sonidos más coincidentes y reiterativos del ambiente.

c) Teoría de la maduración: los sonidos del lenguaje humano aparecen en forma progresiva, determinados biológicamente. Los infantes maduran, en este caso, en los mismos tiempos y en diversos ambientes. Locke propone un “repertorio” en momentos biológicos predeterminados. De este modo, se determina una gran distancia entre el lenguaje del adulto y del niño, ya que encontrará que “las adaptaciones ocurrirán luego de las primeras 50 palabras”.

d) Teoría del refinamiento: el niño nace con un monto de sonidos del habla preliminar y básica, y atravesará un conjunto de etapas bien definidas y establecidas de vocalización de modo tal que los estadios tempranos serán las bases de los siguientes. Después adquiere o agrega otros sonidos menos básicos extraídos de su ámbito lingüístico.

Todas las teorías parten de los datos que obtienen de las primeras vocalizaciones y palabras. Sin embargo, es necesario considerar, también, lo que se logra como expresión funcional y fisiológica. También son productivos los efectos que pueden conocerse de la patología en la desorganización, principalmente de los afásicos, en la cual los datos fisiopatológicos aportan nuevos elementos de interés.

El grito simple

En el primer semestre de vida, los sonidos del niño están muy influidos por el desarrollo neurofisiológico. Pero, al mismo tiempo, las necesidades biológicas y de satisfacción, los requerimientos de alimentación, descanso, limpieza, afecto, determinan importantes y rápidas transformaciones de sus componentes comunicacionales y particularmente del lenguaje. Corresponde señalar que el inicio del juego vocal permite construir la identidad lingüística.

La adquisición y selección de fonemas se logra a partir de la selección y diferenciación entre las emisiones de una actividad vocal espontánea. El grito y el llanto son manifestaciones iniciales que se expresan como respuesta refleja a las necesidades biológicas, a los estímulos externos y a los aspectos propios de la maduración. El proceso requiere un crecimiento y una maduración sostenida combinada con la práctica, que es en principio de demanda y se va transformando paulatinamente en social. El proceso de socialización convierte al lenguaje en un modo de comunicación que se emplea para obtener algo.

El “grito simple” (llanto) se señala como la producción vocal más frecuente de los recién nacidos, provocado por excitaciones variadas, la mayor parte desagradables, como el hambre y el dolor, que adquieren diversas jerarquías de acuerdo con las circunstancias de su producción. Puede durar entre 0,2 y 2 segundos. Durante los “gritos” muy intensos la voz se quiebra frecuentemente y pasa a “grito espástico”. Hay importantes variaciones en su altura tonal; la más frecuente tiene una dispersión dedos octavas. El porte melódico comienza por un tono grave, sube con la intensidad y disminuye con el agotamiento del llanto. El timbre de la voz puede mantenerse constante para diversos sonidos.
Este proceso consolida la práctica necesaria para un ajustado control a través del oído y un equilibrio en la organización muscular de la boca; también contribuye a madurar los procesos propioceptivos que refuerzan el proceso de comunicación. Roman Jakobson señaló que “los sonidos onomatopéyicos son también partícipes de este proceso, como preparadores de la aparición de los fonemas”. Los primeros sonidos producidos por el niño son vocales. Siguen consonantes que por lo general son labiales, seguidas por las guturales y, por último, las nasales.

Distintas actividades innatas son preparatorias para el desarrollo del lenguaje, principalmente la succión, la deglución, el grito y el llanto del lactante. Estas actividades van complicándose paulatinamente hasta formar parte de la función del habla. En cada una de ellas se producen contracciones musculares que originan mensajes sensoriales, los cuales llegan a la corteza cerebral, donde se produce una coincidencia de aferencias propioceptivas que se repiten en cada acto, y esa repetición es lo que tiende a estabilizarse constituyendo fórmulas propioceptivas. Estas repeticiones no son siempre iguales, ya que se van contrayendo distintas fibras musculares. Esto se traduce en los distintos matices del llanto y del grito.

Juego verdadero

Entre el primero y el segundo mes de vida, el bebé comienza a emitir sonidos que constituyen el llamado “juego vocal”. No son otra cosa que simples emisiones respiratorias, con participación laríngea y que implican algún intento comunicacional. Es un verdadero juego, ya que pone en actividad conjuntos musculares que, en el futuro, participarán en la actividad vocal y a su vez tiene un sentido comunicacional. Junto con las aferencias propioceptivas participan también en esta actividad aferencias de tipo táctil (las de la mucosa de la boca y la piel de los labios, superficie de la lengua y del paladar), de tipo vibratorio (de las paredes de la boca del velo del paladar) y, muy especialmente, aferencias auditivas. Todas ellas pasan a realizar fórmulas propioceptivas más complejas.

El juego vocal se inicia con emisiones continuas y con sonidos guturales que el bebé repite durante varios días hasta incluir un nuevo sonido que intercala con los anteriores, los sustituye o se combina con ellos. El juego vocal se produce en los momentos de tranquilidad fisiológica, cuando no hay estímulos externos tan intensos que reclamen la atención del niño. Alrededor de los seis meses se da la etapa del juego vocal propioceptivo con las características ya mencionadas. Cerca de los siete meses y hasta los once, se entra en la segunda etapa del juego vocal, que se ha denominado “propioceptivo-auditivo”. Se agrega ahora la sensación oída, que se liga íntimamente con las otras aferencias. Si en un principio los estereotipos vocales eran casi exclusivamente propioceptivos de los músculos de la respiración y fonación, gradualmente pasan a ser propioceptivo-auditivos, acompañados por la participación de la vista.

En la regulación de los estereotipos del juego vocal influye el conjunto de sonidos del lenguaje que se habla en torno del niño. Progresivamente se van excluyendo los sonidos del juego vocal que no pertenecen a la lengua materna. En el refuerzo de los sonidos interviene no sólo el aspecto auditivo sino también el papel significativo de los sonidos y de las palabras en relación con los intereses del niño.

* Extractado del trabajo “La producción del habla infantil”, incluido en Neuropsicología del niño, de Víctor Feld y Mario T. Rodríguez (Ed. Universidad Nacional de Luján).

www.pagina12.com.ar 20/01/05