Acompañar el crecimiento de un hijo con discapacidad es un desafío para el que las familias, todavía hoy, no cuentan con suficiente apoyo del Estado
Astrid Pikielny
Recuerdo cada detalle del parto agitado que lo trajo al mundo, a nuestras vidas, a la de mi adorada hija mayor, su hermana, a la de sus abuelos. Cómo no recordarlo todo si a partir de aquel 22 de marzo de 2000 yo me convertí en otra. Ese día, ese 22 de marzo, se rajó la tierra bajo mis pies.
Ahí estaban las miradas incómodas en la sala de partos, ese llanto inaugural que nunca ocurrió y que, lo supe después, era una de las tantas señales de que algo no andaba bien. Mi hijo no lloró en ese quirófano, pero todos los que lo recibimos en este mundo lloramos días